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El de Nueva Roma es un concepto ideológico de gran trascendencia y continuidad histórica, que se aplicó desde la Antigüedad tardía hasta la Edad Contemporánea. Consiste en la atribución de la herencia inmaterial de la Antigua Roma a un nuevo espacio en el que se constituye una entidad política que pretende restaurar las virtudes míticas de esa civilización.
La primera en reclamar la denominación fue Bizancio, ciudad refundada con el nombre de Nueva Roma por Constantino (año 330), que se convierte en la nueva sede imperial en Oriente del Imperio Romano. Con el tiempo, fue conocida como Constantinopla, ciudad que guardaría y protegeria al Imperio Romano hasta su fin definitivo en 1453. Desaparecido la administración occidental del Imperio Romano (año 476), la primacía de Constantinopla sólo será desafiada con la instauración del Imperio Carolingio por Carlomagno (año 800).
El título de Tercera Roma fue reclamado por la ciudad de Moscú ya que el Imperio ruso del siglo XV pretende dar continuidad al Imperio pero con la religión cristiana ortodoxa lejos de Constantinopla tomada por los turcos otomanos (año 1453) y renombrada posteriormente con su actual nombre de Estambul.
El Sultán otomano, no obstante, también reclamó para sí la herencia imperial romana-bizantina (mientras que la legitimidad religiosa islámica, la sucesión de Mahoma, la tenía la figura simbólica del Califa de un llamado «quinto califato» que también está sujeto a cómputos significativos —en la actualidad el «sexto califato» es una de las pretensiones del islamismo—[2]).
Con la expresión Cuarta Roma se hace referencia a lo inexistente, o al final de la historia en distintos contextos,[3] especialmente literarios rusos: porque "cuarta Roma" no habrá, y sin Roma no puede vivir el mundo (Dostoievski);[4][5] aunque Gabriel Alomar lo aplicó al fascismo italiano en sus inicios (1922).[6]
La más contemporánea atribución del concepto de Nueva Roma es la que se hace de las virtudes de la Roma republicana y su ascensión al Imperio y la conquista del mundo en paralelismo con la historia de los Estados Unidos, desde su independencia. El neoclasicismo en boga en la segunda mitad del siglo XVIII, la penetración de los ideales de la ilustración, junto con el mito del buen salvaje hacían ver esa similitud tanto a los colonos independizados como a los europeos (que les miraban, primero con una mezcla de condescendencia y admiración —como tuvo ocasión de comprobar Benjamin Franklin de embajador en París—, que se fue transformando en percepciones más agudas —Alexis de Tocqueville en su visita a Estados Unidos, tras la que escribió La democracia en América—) o a los hispanoamericanos independizados posteriormente (y que pasaron a ser sujetos a dependencia neocolonial). El tópico condensado en la expresión America as Rome aparece en multitud de ejemplos en la literatura y la ensayística (Gore Vidal), y está en la base de recreaciones de la Antigüedad de novelas y películas históricas (Cleopatra, Espartaco, La caída del Imperio Romano, Gladiator).[7]